La literatura conlleva un proceso de apertura, difumina las fronteras de la realidad y permite la entrada al otro mundo donde se encuentran el escritor, los personajes y el lector en una sola sala. Antes el encuentro se limitaba a pocos, hoy la tecnología lo reparte a diestra y sin pudor.
La literatura se extiende del papel al filamento de la mirada. Allí se forman las historias y mueren los amores ahogados en penas que nunca logran resolver. El expectador esconde el placer de mirar lo ajeno, desde una ventana abierta que mira, crea, revuelve, incendia.
El libro y la literatura son un matrimonio con más de 100 años. Por ello trae bajo su anillo un halo de tradiciones y costumbres que difícilmente pueden cambiarse de un día para otro. Pero quién tiene el poder para detener la realidad, esa que despierta cada mañana y nos desayuna, nos come y nos abandona en el sueño.
Hoy la tecnología decora nuestros hábitos. Dependemos más de ella que ella de nosotros. La tecnología es fría e inteligente, eficiente y abnegada. La tecnología no usa banderas ni entiende razones, la tecnología cumple su función fundamental, y lo hace con excelencia. Palabras anglosajonas reviven en Argentina.
Cuántos anunciaron la muerte de las letras con la llegada de la la tecnología. Pero todo profeta es falso cuando utiliza la confusión para persuadir; esas palabras eran pronunciadas por el avatar de la industria usando de máscara la cultura. Por ello, en términos matemáticos, la literatura se propaga con mayor rapidez gracias a la tecnología. Y si la literatura es un objeto que revive con la lectura, entonces hoy podemos decir que la literatura junta más años de vida que en el pasado.
El club de los melancólicos lloran aún cuando los libros coexisten sin problema con la tecnología. Los tiempos sudan el cambio y nuevas mariposas nacen en el jardín que todos caminamos, aquel perpetuo y siempre cambiante universo de la literatura.
